martes, 17 de junio de 2014

El poder transformador de la música

Jamás se ha negado la capacidad formativa extraordinaria de la música cuando se ahonda en su sentido más profundo y se la practica creativamente. Pero en los últimos decenios muchos estudiosos han puesto el alerta sobre algunas formas de manipulación que se valen de este arte maravilloso.


    ¡Cuántas veces nos hemos deleitado con esas películas donde unos insoportables niños o adolescentes, a los que no se los aguantaba ni un minuto, eran irremisiblemente vencidos por la insistencia y la paciencia de un maestro de música! Desde The sound of music (de Robert Wise, 1965, aquí se conoció como La novicia rebelde) hasta las más recientes, como Mr. Holland’s Opus (conocida aquí como Querido maestro, Stephen Herek, 1995), Les choristes (Los coristas, de Christophe Barratier, 2004) o la novedosa August Rush (Kirsten Sheridan, 2007), nos han quedado grabadas en nuestra memoria esas extraordinarias “conversiones” en el carácter y las notables mejoras en la conflictiva relación entre maestro y discípulo. Y aunque en algún caso podamos sospechar que la ficción del cine haya exagerado un poco, sabemos que se han verificado en la realidad estos efectos transformadores, la mayoría para el bien, algunos… para el mal. No debe sorprender, por cierto, que sea así. Ya Aristóteles (siglo IV a.C.) en el capítulo 5 del Libro IV de La Política nos advertía de esta poderosa influencia de la música en un sentido benéfico, pero que, en ocasiones, podía resultar perjudicial: “... en los ritmos y las melodías encontramos las semejanzas más perfectas en consonancia con su verdadera naturaleza de la ira y la mansedumbre, de la fortaleza y la templanza, como también de sus contrarios y de todas las otras disposiciones morales... De igual modo pasa con los ritmos, unos tienen un carácter más reposado, otros más movido, y de estos unos inducen emociones más groseras, y otros otras más propias de un hombre libre”. Pareciera, entonces, que algunos empresarios para alentar el fenómeno del “consumo comercial de la música” imponen ciertas modas que, más que un factor educativo, pueden transformarse en un obstáculo para el auténtico desarrollo integral de nuestros jóvenes.


    Los jóvenes construyen su identidad con el vestuario, el peinado, el lenguaje, así como también con la apropiación de ciertos objetos emblemáticos, en este caso la música. De esta manera se constituyen en grupos. Pero esto puede llevar a un círculo vicioso en el que los jóvenes –que se creen protagonistas– terminan siendo manipulados. Este papel manipulador de la música es muy importante, ya que actúa sobre adolescentes todavía en plena formación que pueden ser muy influenciados por el mensaje de las canciones. Y esto no es ignorado por las compañías discográficas que aprovechan esa vulnerabilidad para crear ídolos, formas de vida, ideales… Los jóvenes constituyen una típica “población diana”, es decir, un grupo perfectamente identificado y a los que se les puede lanzar un producto sabiendo que lo van a aceptar. Por otra parte, se conocen perfectamente, mediante estudios irrefutables, los efectos benéficos de la música. La difusión de la musicoterapia es una prueba. Efectos en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu (por ejemplo, se usa la música antes y durante alguna operación con efectos benéficos comprobados, o personas que han tenido un infarto cerebral se recuperan más rápido cuando han escuchado diariamente música, que las personas que han tenido los cuidados tradicionales). La música es relacional por esencia. De ahí su capacidad para fomentar en el hombre la vida espiritual, que es vida de interrelación creadora y, además, puede ser factor de unificación y entendimiento universal. No por nada estudios científicos han confirmado que la música provoca las mismas emociones en todo el mundo, concluyendo que los seres humanos tienen la capacidad de reconocer la alegría o el miedo que se expresa en piezas musicales de culturas completamente ajenas. Que nuestros maestros de música nunca defeccionen en su noble tarea, aportando desde la educación a los jóvenes los criterios necesarios para la diferenciación de la buena y mala música y la apreciación de la misma.
Mr. ArzNova