En la música, y de la misma manera que en la medicina, existen especialistas, cuya labor se limita a un sector determinado del arte sonoro. El músico folclorista aplica su actividad a la investigación, análisis y organización del canto popular. De otra parte, el musicólogo, y el musicógrafo tienden una red hacia la antigüedad y, desde así hacia nuestros días, van recogiendo datos, fechas, formas, teorías e infinitos elementos a cual más heterogéneos, que encauzan después de una corriente única, formando la historia del arte. Pero el compositor se mueve mucho más libremente; no es mi musicólogo ni folclorista; obedece a un impulso sobrenatural, que es la inspiración, y este elemento extra humano se alza sobre el pedestal de la técnica. Si en el proceso sentimental o imaginativo de su labor se haya la posibilidad de incluir un canto popular, el compositor busca para su obra aquello que más convenga al estado de su alma. He aquí porque siendo folclorista el músico creador, la incorporación del canto popular en la música organizada presente un estado caótico y se halla en pleno desbarajuste.
Y vaya un ejemplo: Albéniz escribió una pieza para piano, perteneciente a la serie de Iberia y que, seguramente, todos conocemos: el corpus de Sevilla. Mañana luminosa, cases entoldado, flores, clarines, seises, luces, cantos religiosos, todo ello está maravillosamente escrito por Albéniz, pero el tema principal de la pieza es la tarara, y ya sabemos que la tarara se canta y se baila en la Nochebuena y delante del nacimiento.